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Pequeñas historias con grandes maestros (III)

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ISSN: 2792-8349

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International Journal of Music

En la Barcelona de finales de los 80, la gran revolución musical fue el creciente interés por el mundo del jazz. El Taller de Músics era una escuela privada de reciente creación, en la cual los mejores músicos de jazz del momento impartían clases con pocos medios y mucho entusiasmo a un número cada vez mayor de alumnos que optaban por recibir una formación musical distinta, relativa a otro estilo musical cada vez más extendido en esta ciudad y en todo el país. Aire fresco.

El Sindicat de Músics de Catalunya fue una institución con fines legítimos en su función de defensa de los derechos de los músicos, que albergó una escuela con magníficos maestros, todos ellos grandes profesionales del momento en la ciudad condal. En esta escuela se impartían por igual clases de estilo clásico y jazz, que convivían de la manera más natural.

Con estas premisas y mucha ilusión, y siempre motivado por la audición del segundo movimiento de Dittersdorf interpretado por mi maestro Xavier Cubedo, yo me disponía a recibir mi primera lección de contrabajo.

La colocación del arco en la mano derecha me pareció lo más complicado, a pesar de la naturalidad de la técnica —evolucionada con el paso de los años— y las excelentes explicaciones que Cubedo me transmitía. Él me enseñó rápidamente los dos movimientos esenciales para la técnica de arco alemán de flexión e inflexión de los dedos (movimientos en los que se halla el gran sistema técnico para conseguir una buena dicción y el virtuosismo a largo plazo). “Esto lo tienes que hacer muchas veces al día”, me dijo, “incluso sin contrabajo. Viendo la tele, tumbado, incluso andando por casa. Lo tienes que integrar y automatizar”. Fue la mejor receta. Poner bien la primera semilla en un alumno, y que esta sea de calidad, es la mejor garantía de futuro en su aprendizaje.  Y así hice. El arco me acompañó a todas partes. A todas.

Por aquel entonces, yo tocaba el bajo en una estupenda orquesta de baile —muy habituales en Cataluña—: la Rítmica sonora, en la que pasé los momentos más divertidos y anecdóticos de mis inicios musicales, y de la que surgieron algunos de mis mejores amigos actuales con los que aún disfruto compartiendo música y vida. Verbenas, fiestas mayores, bodas, eventos… Con lo que ganábamos en los “bolos”, me pagaba los estudios en el Sindicat, los instrumentos, los métodos, etc. Mientras montábamos y probábamos sonido, ahí estaba yo, dale que dale al arco, sin contrabajo, posicionando cada dedito en su sitio y automatizando los movimientos esenciales. Se trataba de crear en el arco una sensación de prolongación de la extremidad derecha. Pues “a remar”. Esto era muy novedoso y extraño para mí.

En lo relativo a la mano izquierda no me resultó tan costoso, ya que venía de estudiar bajo, y eso ayudó bastante. Ésa era la mano que recorrería el “abismo negro”, ese acantilado sin señales y con cables de teleférico donde había que irse descolgando gradualmente para perder el vértigo inicial.

Lo más curioso fue que no podía usar el tercer dedo independientemente (digitación 1-2-4); entonces me sentí, de repente, una especie de alienígena, de esos que salen en alguna película con sólo cuatro dedos: pulgar, índice, medio y un tercer dedo amorfo, entre anular y meñique (¿anuñique? Parece el nombre de un pueblo).

Con esta nueva disposición fisiológica de mi cuerpo, una prótesis que prolongaba mi brazo derecho y un dedo menos en mi mano izquierda, sintiéndome una especie de E.T. a punto de despegar con un artefacto gigante y desconocido entre las piernas, empezamos a trabajar las primeras lecciones del primer método para contrabajo de Édouard Nanny.

Como ya comenté anteriormente, yo no tenía contrabajo propio. Xavier Cubedo me prestó uno excelente que tenía en el Sindicat, y me ofreció poder estudiar allí cada día con este instrumento. Y así hacía yo: cada tarde me desplazaba hasta la Diagonal, calle donde se hallaba el Sindicat, y estudiaba todas las horas que podía. El aula que yo usaba era contigua —pared con pared— al despacho de Xavier, presidente del Sindicat. Esto suponía que escuchaba toda la tarde mis escalas, ejercicios y estudios, y de vez en cuando se acercaba a corregirme cosas y a darme algún buen consejo. Esto, a parte de la habitual hora de clase semanal, claro. Un lujo.

Así transcurrieron mis fructíferos primeros meses de aprendizaje, en los cuales descubrí tantas sensaciones inolvidables con el contrabajo. La más destacable fue, sin duda, la enorme relajación que producía en mí estudiar las primeras lecciones del método de Édouard Nanny. Esas notas largas, metrónomos lentos y el registro más grave del instrumento producían en mí una placentera sensación de relax que de ningún modo habría producido un violín o una trompeta (con todos mis respetos). Entonces descubrí que ése era mi instrumento, mi registro, “mi casa”, a pesar de la inevitable sensación de extraterrestre en fase de despegue con el ruido de motores incluído…

Salud para todos.

Nos leemos.

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